miércoles, 3 de enero de 2018

Año nuevo, ciudad nueva!

Llevo más de una semana y media intentando hacer este post, y no ha habido manera! Las comidas, cenas y tardes de Monopoly no me han dejado ni un ratito para escribir. Me hubiera gustado hacer un último post del año 2017 y agradecerle el haber empezado esta aventura del blog, así como otras que van surgiendo poco a poco a raíz de él.

La verdad es que no siento nostalgia ninguna por el fin de año, de hecho pienso que los finales son necesarios para seguir avanzando e ilusionarse con nuevas oportunidades e ideas. Precisamente por eso quiero empezar el 2018 con algo diferente a lo que he publicado hasta ahora. Es el momento de ampliar horizontes, salir de mi refugio (o sea, Mallorca) y ofreceros mi visión de los lugares a los que viajo. Así que a partir de ahora, además de las recomendaciones sobre Mallorca que os voy haciendo (y espero que pronto del resto de las Islas Baleares), empezaré también con los post sobre aquellos lugares que voy descubriendo o redescubriendo.

Como primer viaje fuera de Mallorca, os propongo un paseo por Roma, ni más ni menos! Por qué? Pues porqué soy una enamorada de Italia desde que tengo memoria. En cuanto tuve la ocasión pedí una beca para ir a estudiar allí, y pasé un curso en la universidad de Padova, en el norte. Es una de las épocas de las que guardo mejores recuerdos, ya os hablaré de ella algun día! Italia es un país que para mí lo tiene TODO (bueno y malo).

Hacia ya más de 10 años que visité Roma y este pasado puente de la Constitución mi pareja me preparó una sorpresa alucinante: volver a esta "vieja" ciudad! No fui del todo consciente hasta que estuve en el avión. No me lo podía creer... eran tantas las ganas que tenía de volver a Roma! Al ser inesperado, este viaje ha sido muy diferente a los que suelo hacer ya que no tenía nada planeado ni pensado (ni entradas para los museos, ni restaurantes mirados, ni mercados, ni eventos... nada de nada). He de reconocer que me costó partir sin plan alguno pero pensé que dejarse llevar y sorprenderse por una de las ciudades más antiguas de Europa era ya un plan suficientemente genial.

Estuvimos cuatro días y aunque no pudimos ver todo aquello que me hubiera gustado, sí que disfrutamos de muchos de los imprescindibles de la ciudad, pero también de otras cosas que solo se encuentran in situ, recorriendo calles sin saber muy bien a donde llevan. De hecho, caminar sin rumbo fue la esencia del viaje. No visitamos ningún museo (necesito casi un día entero para comerme alguno de los museos de Roma, y no teníamos tanto tiempo). Simplemente recorrimos kilómetros y kilómetros, entrando en cada edificio abierto, en patios, en todas las iglesias que pudimos, visitando los mercados que íbamos encontrando, inspeccionando cada fachada, curioseando en las tiendas que nos llamaban la atención, mezclándonos con los romanos en los cafés a golpe de spritz (el aperitivo italiano por excelencia) y capuccino. ¿El resultado? Cuatro días a la romana que me recordaron mis días de vida italiana cuando era una joven estudiante de arte de 22 años.

La verdad es que con este post no tengo la intención de ofreceros datos prácticos sobre como viajar a Roma o que visitar. Más bien me apetece volver a sus calles a través de mis recuerdos y compartir aquellos detalles que hacen que un viaje sea especial, como esos rincones de la ciudad que no recuerdas por su monumentalidad sino por lo que te transmitieron, o aquellos momentos simples y cuotidianos, comunes en la vida de la ciudad que te hacen sentir en cierta manera parte de ella y te producen una sensación tan intensa que se queda grabada en la retina y en la piel de por vida.

Hoy os voy a contar solo dos de esos momentos especiales de mi viaje, me reservo el resto para otros posts. Tuve el primero la primera noche en Roma, mientras caminábamos buscando un restaurante para cenar. Cuando menos me lo esperaba algo irrumpió en el cielo, un foco de luz pétrea que apartó de mí la oscuridad de la noche: el tímpano del Panteón me cegó la vista pero me abrió todos los poros de mi piel. Me ruborizé. Ahí estaba, ahí seguía ese edificio romano construído en honor a los dioses. Imponente, majestuoso, robusto, único.

Tímpano y columnas del Panteón

Óculo del Panteón desde su interior

El segundo momento especial ya lo compartí con vosotros en mi cuenta de Instagram (@kissesfrommallorca). Paseando el domingo por el Trastevere tuvimos tiempo de visitar varias iglesias (los domingos las iglesias suelen cerrar a las 12 a.m.), entre ellas la de Sant Francisco. Es imposible asimilar de una vez todo el arte que este edificio ofrece al visitante. Esculturas, pinturas, sarcófagos... mires donde mires encuentras una obra de arte con la que deleitarse. Mi otro momento especial me estaba esperando precisamente aquí, concretamente en la nave lateral derecha de la igleisa, al fondo, colocada a una cierta distancia y protegida por una barrera. Ahí estaba la beata Ludovica, tumbada, absorta en su eterno éxtasis divino. Su postura, su cuerpo, su expresión, su realismo, su escenificación... Acompañé a la beata con mi propio éxtasis artístico, recorriendo con mi mirada cada centrímetro de aquel bloque de mármol convertido en humanidad divina por Bernini, de quién se podría afirmar su procedencia también divina a juzgar por su habilidad a la hora de trabajar la escultura.

Éxtasis de la beata Ludovica, de Bernini


Como os he dicho, me guardo otros muchos momentos divinos para siguientes posts. Lo bueno tiene que saborearse despacito, con cuidado y con tiempo. Además, debería acostarme ya, mañana madrugo para llegar a mi siguiente destino... qué cuál es? Como ya he dicho, vamos a ir des-pa-ci-to, así que ya os iré contando!

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